Diego Villamayor vive hace más de dos décadas en España. El jueves, estaba por irse a dormir cuando recibió un mensaje de Manuel Goncalves Granada, uno de los nietos hallados por las Abuelas de Plaza de Mayo que trabaja en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Le pedía hablar. Él pensó en aplazar la conversación, pero su interlocutor insistió. Tenía una noticia muy importante para darle: habían encontrado a su hermano, el bebé que su mamá, Marta Pourtalé, dio a luz mientras estaba en cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
El tono de Diego transmite felicidad cuando atiende el teléfono para esta entrevista con Página/12. “Una alegría inmensa. Inmensa”, repite. Ya pasaron varias horas desde que Estela de Carlotto anunció en conferencia de prensa que el hermano de Diego es el nieto 138 que restituyó su identidad gracias a la búsqueda de la institución.
Marta Pourtalé y su pareja, Juan Carlos Villamayor, fueron secuestrados en diciembre de 1976. Miguel Lauletta la escuchó decir en la ESMA que era la “Gorda María” y que estaba embarazada. Él la conocía de una militancia previa en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Tanto Marta como Juan Carlos eran parte de Montoneros.
A pesar de su corta edad, Diego ya había sufrido la represión en carne propia y estaba viviendo en Azul, provincia de Buenos Aires, con sus abuelos maternos. Por 48 años nada se supo de Pourtalé, Villamayor y su bebé. Pero, como dijo Estela de Carlotto, la verdad siempre sale a luz –incluso en tiempos de oscurantismo.
Diego resalta que está tranquilo, que tiene todo el tiempo del mundo para esperar el encuentro con su hermano, que, además, es colega porque ambos son abogados. Ya le hizo llegar unas fotos para que conozca a la familia que tanto lo buscó. Es un bien muy preciado porque la familia Pourtalé sufrió una inundación muy fuerte en 1980 y perdió muchos de esos recuerdos.
––¿Cómo te enteraste de que habían encontrado a tu hermano?
— Me enteré a través de Manuel Goncalves que me mandó un mensaje. Había tenido un mal día. Estaba muy cansado. Como hacía poco alguien del Banco Nacional de Datos Genéticos había estado en contacto conmigo por e-mail para hacerme una consulta, yo pensé que venía por ese lado. Le contesté diciendo si podíamos hablar al día siguiente. «Sería conveniente que habláramos ahora», me respondió. Y ahí lo llamé. A los 30 segundos de estar hablando, me lo tiró por la cara. Así, gracias a Dios.
–¿Entonces tu hermano ya había sido notificado por la justicia?
–Sí, claro él sabía desde hacía un par de horas. Eso me lo contó Manuel, que estuvo presente cuando le informó el juez (Daniel) Rafecas a mi hermano.
–¿Tuviste algún tipo de contacto? ¿Estás esperando?
— Estoy esperando. No tuve ningún contacto. Me puse a su disposición. Le pedí a Manuel que le transmitiera que me quiero contactar con él y que le pasara mis datos. Como se dice aquí en España, la pelota está en su tejado. Cuando él quiera que mueva la bola. Me imagino que, para él, es todavía más sorprendente que para nosotros. Me imagino que le costará un tiempo asimilar y tomar alguna decisión.
–¿Desde cuándo estás en España?
— Hace más de 20 años. Me vine en junio de 2002.
–¿Te fuiste por la crisis?
–Sí, la crisis, los últimos retazos de juventud –que tenía ganas de hacer una aventura todavía. No era de estas personas que «las expulsa Argentina por la crisis». Podría haberme quedado. Un amigo se venía a las Canarias. Al mes y pico o dos meses, caí donde estaba viviendo él. Después yo terminé viviendo en la península y él terminó regresando a la Argentina.
–¿Con qué familia se va a encontrar tu hermano?
–Yo soy Villamayor Pourtalé. El apellido que tengo es el del papá de él, pero no mi papá biológico. La familia Pourtalé somos mi tío Pedro y yo. Mi tío Pedro tiene dos hijos, que, a su vez, tienen tres hijos cada uno. Somos una familia muy corta que, de golpe, se hizo larguísima. Y ahora todavía más. Por parte mía, tengo dos hijos: Ulises, de 19, y Diana, de trece. Con mi esposa, son todos españoles. Mi hija es muy parecida a su abuela y a mí, a esta rama familiar. Es muy argentina de corazón. Mi hijo, no; es bien gallego.
–¿Cómo es tu vínculo con Abuelas de Plaza de Mayo?
–Antes de que se hiciera público, tomé contacto con la que era mi novia de la juventud para decirle que iba a suceder esto porque ella merecía saber porque había sido parte del inicio de la búsqueda. De hecho, ella se acordaba de que ella fue la que me acompañó a Abuelas. Nos acercamos a la sede de Abuelas que estaba por Abasto. Esto habrá sido en 1999 o 2000. Yo creo que me tomaron alguna muestra en ese momento y completé algún formulario. Luego, desde Abuelas fueron a tomar datos genéticos de mi familia: del hermano y de un tío abuelo de mi mamá. Mi abuela materna –o sea, la abuela materna de mi hermano también– había fallecido hacía muy poco. Posteriormente, a través del juzgado de María Servini, se pidió la exhumación del cuerpo de mi abuelo para encontrar una muestra genética. Mi abuelo había fallecido en el año 1976, antes de la desaparición de mi mamá. Creo que la última vez, o la penúltima, que vi a mi mamá fue en el velorio de mi abuelo. Ya no estaba solo en la clandestinidad sino en medio de la dictadura. Estaría súper perseguida, pero se acercó a Azul a despedir a su padre. Yo ya estaba viviendo con mi abuela Rosa y mi abuelo Enrique.
–Vos fuiste víctima de un operativo represivo antes de que secuestraran a tus padres. ¿Cómo fue?
– Vivíamos en Villa Ballester o en una zona cercana. Cayó un operativo muy grande. Yo estaba viendo los dibujitos animados, y Juan Carlos me agarró y me metió en un ropero. Yo tengo un recuerdo de estar debajo de una cama, pero aparentemente estuve dentro de un ropero. Él logró darse a la fuga. Alguien abrió la puerta y me sacó. Después me llevaron a una comisaría en la que luego supe que estuvo involucrada en secuestros y desapariciones. Como yo tenía una chapita al cuello con los datos de mi abuela materna, la llamaron. Mi tío Pedro vino a buscarme en un Volkswagen, un escarabajo azul, que tenía mi abuela. Se fueron con el papá de mi amigo Alejandro –el amigo con el que me vine a España–, que era camionero y conocía la zona. Mi tío que era un joven de 24 años, con todas las características para ser otro montonero, pero tomó coraje, se presentó en la comisaría y me trajo con él. También recuerdo algo del viaje hacia Azul. Después de ahí los recuerdos se me empiezan a nublar.
–¿Vos volviste a ver a tu mamá en el velorio de tu abuelo en Azul y otra vez en Luján?
–Lo de Luján tiene que haber sido después porque no estaba mi abuelo, que falleció en 1976 –antes de que desapareciera mi mamá. Yo no me acuerdo mucho. Lo del velorio sí porque nos vimos en la casa de unos vecinos de toda la vida.
–¿Siempre supiste que ibas a tener un hermano?
–Sí, siempre lo supe. Tenía una carta dirigida a mí –que lo siento mucho por mi hermano pero la perdí en alguna mudanza. Era un postercito con una campiña y había como una palangana gigante de madera con dos nenes vestidos de marineritos y tenía una frase que decía que la infancia es un fantástico lugar de sueños. Detrás venía una carta de mi mamá en la que ella decía que se alegraba que yo había comenzado la guardería o el jardín de infantes, y decía lo de mi hermanito. Había un dibujo de nosotros cuatro: ella, Juan Carlos, yo y el bebé.
–¿Cómo te imaginás el futuro?
–Mañana es mejor, como dice Spinetta. Seguro que voy a establecer una buena relación con mi hermano. Nos pilla un poco crecidos a los dos, pero estoy seguro de que vamos a lograr tener un buen vínculo.
–¿Qué sabés de tu hermano?
–No sé nada de él. Solo sé su nombre de pila, que vive en Buenos Aires.
–¿Sabés si tenés sobrinos?
–Sé que no tengo. Fue lo primero que le pregunté a Manuel Goncalves. Mi hermano sí los tiene.
–¿Te llamó la atención que los dos fueran abogados?
– Sí, es una epidemia (se ríe).
–¿En tu caso no tuviste contacto con la justicia?
–Nosotros no teníamos nada que ver con esta causa en un principio. No era el objetivo encontrar al hijo de Marta y Juan Carlos, pero las Abuelas, la Conadi y el BNDG trabajan tan bien que lo encontraron. En ese sentido mandé el mensaje que se escuchó en la conferencia de prensa. Iba a borrarlo, pero mi mujer me dijo que lo enviara porque estaba bien la espontaneidad. Ahí dije que las Abuelas son nuestro orgullo nacional. Las Abuelas y las Madres son nuestras mujeres heroínas.
–Sobre todo encontrar a otro nieto en un contexto tan adverso…
–En peores situaciones se han visto estas mujeres y siguieron adelante. ¿Qué les va a asustar a estas viejas? (se ríe).
–¿Qué querés que sepa tu hermano?
–Yo ya le hice llegar fotos de la familia. Quiero que sepa que lo estamos esperando con los brazos abiertos.