Una mujer se hace llamar Lulú Alvarado. Dicen que es una caníbal de la noche y un humano autosuficiente durante el día. También dicen: una artista. Un cuerpo dorado que sabe moverse, vestirse y dejarse saborear por la mirada ajena. Sus ojos exponen el filo de una navaja virgen y la piedad de un infante. Toda ella profesa peligro y ternura. En la actualidad acompaña a Juliana Gattas en su aventura como cantante solista y, junto a otros aliados, colabora con la estética de los shows donde se presenta el disco Maquillada en la cama. Dicen, también: un mito sin origen y un modelo estético de conducta para los noctámbulos.
Una mujer se enfrenta a un baldazo de recuerdos: dos guacamayos rojos vuelan entre las ruinas mayas de Copán, una amistad se inicia en el foro Violeta de Miranda!, el primer beso en la pista de baile, perfumar palabras en un micrófono mientras tocan los djs Pareja en la fiesta Compass, posar para una postal con estética New Ravers, un buzo de egresados que nunca se hizo porque le parecía espantoso, el erotismo de Pete Burns y el humor de Miss Piggy. A lo largo de toda una vida, una mujer busca reinventarse y así poder encontrar, aunque sea, un nombre propio.
— ¿Cómo surge el apodo de Lulú?
— Prefiero no decirlo. Me gusta todo lo que sea misterio.
Lulú Alvarado nació en Ramos Mejía en un año que no se puede revelar. Es hija de una escritora, profesora de inglés y bailarina de tango. También es hija de un artista plástico con doble nacionalidad: costarricense y hondureño, un bohemio obsesionado con los Mayas, la pintura y los viajes por el mundo. Supo ser un diplomático importante y gracias a su carisma tuvo todos los ojos puestos en él, un poco como le pasa a Lulú. Murió en el 2012. Dice ella: “Mi persona favorita”.
— A los 4 años les pedí a mis padres que me lleven a clases de tap. Por suerte me siguieron la corriente y bailé durante muchos años. Me encantaban las clases pero el mejor momento era bailar arriba del escenario. A los 16 empecé a tomar clases de actuación y desde ese momento tuve el objetivo muy claro: quería ingresar a la UNA (IUNA, en ese momento). Terminé el colegio e ingresé en la carrera de Artes Dramáticas. A partir de eso comencé a actuar en obras de teatro y, de a poco, me fui desconectando del mundo de la danza porque, muy confundida, creía que tenía que definirme entre una cosa u otra.
Se podría decir que es una actriz, una bailarina, una performer. Por ahora, se podría decir. Hace 10 años toma clases con la artista contemporánea Flor Vecino y se le nota: su cuerpo es una gota de oro que cae discreta sobre el mundo, no hay grandes gestos ni los movimientos estereotipados de aquellos entrenados en la danza. Lo que sí hay es un fragmento mínimo de revelación, la promesa de que existe algo más detrás de esa cara en la que se encuentran comprimidas la Lady Gaga de Alejandro, la bailarina inglesa Perri Lister, la Madonna de True Blue y la chica almodóvar más importante de todas: Marisa Paredes.
Lulú pertenece a esa civilización que se educó entre recitales y discotecas, entre el under de zona oeste y el de Buenos Aires. Desde la adolescencia entendió que un buen look colabora con la conversación de la noche, una actitud que se puede leer como frívola, pero que es muy necesaria para personas que se alimentan de la dimensión visual de las cosas. En una entrevista, la artista del Instituto Di Tella Dalila Puzzovio afirmaba: “Uno a través de la moda se manifiesta pero también se esconde. Con la ropa enviamos mensajes encriptados, secretos que no se pueden decir en voz alta, delatamos nuestros gustos y tendencias personales. Las prendas funcionan como una forma de protección”.
Esta lección Alvarado parece aplicarla muy bien: siempre unos tacos infecciosos, siempre un negro que se le pega al cuerpo como petroleo, siempre un peinado dorado que le generaría un cortocircuito mental a Manuel Puig. El estilo como una forma de inventarse una vida.
— ¿Cuál es tu era preferida de Madonna?
— Me estoy yendo a una cena. Después te respondo con muchísima atención.
Una artista que no pinta, no dibuja, no hace esculturas. Que no trabaja con las manos sino con los ojos. Es una drag queen que se inyecta grandes dosis de referencias de los años 80, una víctima de las hombreras, los accesorios con terminaciones sensuales y los cortes geométricos que ofrecen los vestidos y la ropa interior. Una mujer que piensa en relación a la música y la pista de baile. Su presencia en una fiesta se traduce en la búsqueda de un set que la haga sentirse invitada y, si la invitan, ella devuelve fuerte. Eso sí: su protocolo interno le impide hacer ningún tipo de fila. Las mostras siempre adentro de la discoteca, nunca afuera esperando.
—Yo soy un puto, siempre lo fui. Todas mis referencias me convierten en el puto que soy y es imposible que escape de eso, me alimentan, me dan cien mil millones de años de vida y no puedo vivir sin consumirlas. Son mi droga: Madonna (mi reina absoluta), Steve Strange, Miss Piggy y todo el universo Jim Henson, Bob Fosse, Pete Burns, las B52s, Serge Lutens, las Pet Shop Boys, Almodóvar, Debbie Harry, Barbra Streisand, Antonio López, Boy George, Gena Rowlands, Helmut Newton, Marc Almond, Sandy Linter, Raffaella. La lista es infinita.
Es también un club kid, la tribu urbana de jóvenes extravagantes que habitaban los clubs nocturnos de Nueva York durante los años 90. Lulú conoce bien esa escena, tuvo la oportunidad de cruzarse con Susanne Bartsch, la mítica creadora de fiestas y eventos nocturnos que eran un must en la agenda de todo buen newyorker. También conoció a la célula primigenia del drag Amanda Lepore. No revela cuál fue la interacción con ambas pero hay fotos que comprueban los encuentros. De la foto de Lepore hizo cientos de stickers que regaló en su cumpleaños y que ofrece a los privilegiados que acceden a conocer sus casa. Otro protocolo interno: ser cautelosa con su intimidad es manifestar elegancia.
Hablar de su participación en los shows de Juliana Gattas la emociona, es un momento donde el perfume del misterio se agota y entra en escena una alegría espesa, como si esta etapa fuera el moño con el que abre un capítulo indescifrable de su vida.
—Con Juliana tenemos un lenguaje cultural similar y es muy fácil crear juntas. Su premisa a la hora de hacer los shows me encanta: disfrutar. La acompaño bailando, haciendo las coreografías. Juntas le ponemos ropita al escenario, le damos color y forma, elegimos vestuarios, texturas, expresiones, lo llenamos de personajes hermosos, absurdos y graciosos. Tenemos más cómplices para armar la puesta en escena, claro. Tornasol es fundamental para alimentar toda esa fantasy. Él se encargó de idear, darle vida y forma a esos espejos fantásticos que reflejaban luces y destellos como una buena joya. Iluminó los shows de presentación de Maquillada en la Cama de una manera muy particular. Natalio y Juan Wolf hicieron el arte: vistieron de un elegante rojo a Niceto y crearon ese teléfono gigante para que Juliana enloquezca en escena.
Lulú afirma que arriba del escenario se siente fiel a sí misma. Pareciera que ser coherente con unas texturas para un look es igual de importante que tomar las decisiones más saludables para su carrera: ir lento y a su propio ritmo es la premisa más palpable para construir un mundo con su lógica propia. No está interesada en dar “el gran salto” sino más bien girar alrededor de la música house, el italo Disco y el pop.
— ¿Sos una persona nostálgica?
— No. Sólo soy nostálgica con mis objetos. Con las personas o lo que ya pasó jamás, me encanta que las cosas terminen porque lo que viene siempre será lo mejor.
Lulú afirma que es una egresada de la escuela de los djs Pareja, iconos de la escena porteña y latinoamericana, gozosos profesionales en el arte de armar una geografía infinita de fiestas, música e instancias para consumir la noche. Sus más de 20 años de carrera incluyen la amistad de Lulú, quien desde siempre los admiró y decidió no despegarse de ellos. Le consultamos al dúo sobre su vínculo con la performer y esto responden:
—Conocemos a Lulu desde que tenía 18 años aproximadamente. Ella venía a bailar a las legendarias fiestas Compass en Niceto Club donde éramos residentes en 2007, 2008. Era uno de los personajes habituales de la fiesta, incluso aparecía en los flyers. Era la época del nu rave y el fluo. Ella siempre andaba montada impecable, muy arriba, sus looks nos encantaban, su personalidad, sus aros, verla en la pista nos la re subía. Una auténtica club kid. Además, le gustaba la misma música que a nosotros, o sea, nos hicimos amigos al toque. Ella siempre fue el alma de la fiesta, especialmente en espacios gays de la noche porteña, siempre con actitud divertida, mucha chispa y los mejores outfits.
En un barrio infestado con una calma necrológica, entre calles tan lejanas como el fin del mundo, hay una mujer que recuerda con exactitud cómo se quemó un parlante en la Dengue Dancing, una mujer camuflada entre cientos de muñecas Raggedy Ann, Pierrots y Pierrettes. En una casa donde los gatos se asustan y se esconden, una mujer memoriosa se ríe de sus travesuras y la de sus amigos putos. Se hace llamar Lulú Alvarado y está esperando otra noche más, una que no se preocupe por ser verdadera sino, más bien, sospechosamente verosímil.
— ¿Un tip de belleza?
— Ir a una buena fiesta y abrir la pista de baile.