El impulso que quiere dar Toto Caputo al pago en dólares en las transacciones cotidianas está generando debates acalorados, sobre todo por una larga lista de dudas, indefiniciones y «zonas grises» sobre cómo se harían las operaciones.
Las primeras complicaciones ya se vieron en los primeros casos difundidos por los medios: si el pago se hace en efectivo, el vendedor no tiene dólares para dar el cambio, con lo cual debe hacerlo en pesos, y ahí entra la discusión sobre a qué tipo de cambio se calcula ese cambio. Tampoco está claro cómo se factura a la hora de darle el ticket al comprador.
El propio Caputo trató de calmar los ánimos, al afirmar que la idea era que la gente utilizara su tarjeta de débito para hacer las compras, de manera que el problema del «vuelto» quedaría automáticamente resuelto, porque la compra se haría por el monto exacto.
Claro, para el gobierno, el hecho de que se use la tarjeta de débito tiene un objetivo mucho más importante que simplificar la compra: aspira a que cada vez más dólares «del colchón» ingresen al sistema bancario y que los dólares permanezcan en el circuito financiero.
Por lo pronto, lo que se propuso Caputo es que empiecen a moverse los más de dos tercios de depósitos en dólares que están inmovilizados. Después del exitoso blanqueo de capitales que sumó unos u$s22.500 millones al sistema, los depósitos están en un nivel de u$s31.600 millones, el nivel más alto desde 2019. Pero, en contraste, el monto prestado por los bancos sigue siendo relativamente pequeño, en torno de u$s9.000 millones.
El debate por los «argendólares»
Esto es lo que ha avivado el debate sobre las condiciones que se debe cumplir para tomar un crédito en dólares. Básicamente, si alguien que tiene ingresos en pesos puede endeudarse en moneda extranjera. El gobierno, a través de los bancos públicos, insinuó una voluntad de hacer más laxa la regulación actual, pero los grandes bancos se han negado de plano, alegando que una de las lecciones aprendidas de la crisis de 2001 es que sólo se puede prestar en dólares a quien genera dólares, una categoría en la que sólo caben los exportadores o los profesionales del área de servicios que facturan a clientes del exterior.
Es una discusión que en los últimos días levantó mucho la temperatura, dado que los más críticos sobre el régimen de convertibilidad de los años ’90 advierten sobre el riesgo de los «argendólares», como se llamaba a los dólares que contablemente figuraban en las estadísticas de los bancos, pero sin que necesariamente tuvieran un correlato real de billetes verdes ingresados a la caja.
Eso, afirman los críticos, podría recrearse si alguien genera una cuenta en dólares a la cual engorda mediante la compra de divisas en el mercado del dólar MEP. El gobierno, por su parte, niega que exista ese riesgo de «argendólares» sin respaldo real. Argumenta que hay diferencias fundamentales entre el actual programa económico y el de la convertibilidad, dado que el Banco Central está comprando dólares y se está reduciendo la deuda pública.
¿Qué cotización se aplica?
Pero, más allá de esa polémica entre economistas, hay otros temas más urgentes que resolver sobre la «competencia de monedas». Sobre todo, a qué tipo de cambio se hará la conversión. Es un punto central, porque en definitiva, de eso depende que la iniciativa del gobierno se refleje en una dolarización espontánea de la economía o que todo quede en una mera declaración de intenciones.
Desde el punto de vista del comprador, sólo tiene sentido pagar en dólares si el comerciante hace la conversión al tipo de cambio paralelo. Para ponerlo en números, si hay un producto que tiene un precio de $10.275, y el comerciante quiere también publicar el precio en dólares, puede elegir si cotizarlo a u$s10 -que sería la conversión tomando el dólar oficial tipo comprador del Banco Nación- o a u$s8,40 -que sería el resultado de convertirlo al tipo de cambio blue-.
Si el vendedor pide u$s10, entonces nadie estará incentivado a pagar en dólares, porque es mejor negocio cambiar en una «cueva» o vender los dólares en el mercado MEP, comprar el producto en pesos y quedarse con un sobrante de hasta 19%.
¿Un beneficio impositivo por cobrar en dólares?
Visto del otro lado del mostrador, podría pensarse que el comerciante tiene el incentivo opuesto: cuanto más se aleje de la cotización oficial, menos atractiva la resultará la opción de vender en dólares. Sin embargo, hay otros factores que entran en juego y que podrían modificar esos incentivos. Por ejemplo, cómo figurará esa venta desde el punto de vista tributario.
El gobierno ya aclaró que, al menos por ahora, no existirá la posibilidad de pagar impuestos en dólares. Lo cual deja abierta la cuestión de cómo se computa una venta en dólares, y los contadores tienden a creer que no hay otra opción que convertirla al tipo de cambio oficial.
Esto podría significar que si el comerciante hace la conversión al dólar paralelo, le dará la ventaja a su cliente de recibir un descuento en dólares pero luego, al pagar impuesto, tendrá un beneficio al declarar el dólar oficial.
Siguiendo el mismo ejemplo, si el artículo que figura en pesos a $10.275 se vende por u$s8,40, entonces el precio será atractivo para el comprador. El vendedor se hace menos dólares de los que corresponden al cambio teórico, pero cuando tenga que declarar sus ingresos, podrá decir -sin que eso implique una infracción- que su venta fue por $8.631 -que es el resultado de calcular la misma venta al dólar oficial-.
A los efectos reales, el vendedor tendría un beneficio impositivo derivado de la brecha cambiaria. Entre los expertos es tema de debate si esa situación es un efecto deliberado por parte del gobierno para incentivar la venta en dólares -y cierto efecto deflacionario– o si se trata de un efecto secundario no advertido y que será corregido en el futuro.
Caputo versus Gresham
En todo caso, lo que se pondrá a prueba con la competencia de monedas es el objetivo de Caputo de generar una «dolarización endógena». Un objetivo difícil porque supone que los argentinos cambien radicalmente su hábito histórico de pagar en moneda local y ahorrar en dólares.
Si tuviera éxito, sería un caso digno de estudio, porque implicaría contradecir la célebre «Ley de Gresham» que aprenden todos los estudiantes de economía. Thomas Gresham, un comerciante inglés del siglo 16 que asesoraba a la reina Isabel, notó que, desde que se había alterado el uso de metales para hacer monedas, aquellas que tenían mayor proporción de oro eran guardadas celosamente en los cofres mientras que las que tenían más plata se veían circulando en los mercados.
Así, el tal Gresham observó un fenómeno que quedaría establecido como una de las leyes básicas sobre el dinero: cuando en un país conviven dos monedas, una buena y una mala, la gente tiende a usar la de peor calidad para realizar los pagos, mientras retiene la de mejor reputación como una forma de preservar su capital. Por consiguiente, no se ve circular mucho a la moneda buena, mientras que la mala cambia de manos a toda velocidad, porque nadie quiere quedársela.
Más de cuatro siglos después del postulado de Gresham, Toto Caputo quiere que los argentinos alteren su conducta y usen la moneda de atesoramiento para las transacciones cotidianas, para lo cual apuesta a la estrategia de congelar la base monetaria, de manera tal que la moneda nacional resulte escasa, mientras que los dólares empiecen a abundar y a perder valor.
Apostando al dólar calmo
En algunos sectores, la apuesta de Caputo ya se está verificando. Por ejemplo, en el turismo, donde el Banco Central asegura que la mitad de los casi u$s700 millones mensuales que se «fugan» por el concepto «Viajes, pasajes y otros pagos con tarjetas» son dólares propios. Es decir, salen del colchón y no implican un sacrificio de reservas para el BCRA. Claro que se trata de un caso especial, porque los turistas que pagan con pesos son castigados con un recargo impositivo.
De momento, es imposible de predecir si la «competencia de monedas» se transforma en una realidad cotidiana o si se sigue imponiendo, como marca la historia, la Ley de Gresham. Los analistas creen que el factor fundamental será la estabilidad del tipo de cambio, porque es lo que transmitirá la sensación de que mantener dólares bajo el colchón implica una pérdida de poder adquisitivo.
Y el gobierno parece determinado a que cumplir con esa meta. No solamente con la ralentización del crawling peg al 1% mensual -que sigue garantizando el carry trade a los inversores en pesos- sino también con la intervención que hace el Banco Central para impedir que suba el tipo de cambio paralelo.
Los números son elocuentes: en dos semanas de enero, el BCRA ya vendió bonos por u$s619 millones para evitar que la brecha cambiaria se alejara del 15%.